
-¿Qué no te entiendo?, tu estas loco.-
Y acto seguido María empezó a degustar una a una cada una de mis tristezas. Iba tragándoselas poquito a poco, minuciosamente, saboreándolas y disfrutándolas sin quitarme la vista de encima.
Yo iba quedándome cada vez más vacío y más flaco porque queramos o no las tristezas nos alimentan y nos llenan los ojos de cosas buenas y de cosas malas. Ella iba engordando por instantes y su gesto se iba transformando vislumbrándose una extraña amargura…
Cuando termino de engullir mi ultimo cachito de pena se levantó, y sin apenas mirarme, sin ningún tipo de culpabilidad, recogió los pedazos de vida regalados que había guardado en la nevera y se marcho dejándome sin pena y sin vida que contar…
No hay comentarios:
Publicar un comentario